Los vientos salvajes braman sobre mi cabeza,
Y la luz pálida de la víspera se desarma;
¿Dónde encontraré un refugio amistoso
Para ocultarme de la noche?
A mi alrededor yace un vasto desierto,
Ninguna habitación cerca;
Oscuro e impenetrable es el páramo,
Y llena la mente de miedos extraños.
Tu, árbol distante, cuya cima solitaria
Se ha doblado ante innumerables tormentas,
Ya no decepcionarás mi esperanza
Al tomar la silueta de mi amante;
Pues nubes salvajes rodan sobre mi cabeza
Negras como tu orgullo maldito.
¡Cuán profundo gruñe la furiosa tempestad
En los flancos de la montaña!
A salvo descansa el ciervo en las alturas
En su guarida hueca,
El miedo no perturba sus sueños,
Allí donde el cazador no se atreve.
Bajo el helecho duerme el pájaro,
Sobre el sueño retorcido de las víboras;
De vuelta en su roca el ave nocturna se arrastra,
Olvidando su llanto habitual.
Pues la cólera de los espiritus de la noche
Cabalgan sobre el aire atribulado;
Y a sus cubiles, en huida salvaje,
Las bestias ingnotas se precipitan.
¿Pero dónde descansas tú, amor mío?
¿Qué refugio cubre tu cuerpo?
O será que esta gélida ráfaga invernal
Sólo azota sobre mi.
Entonces, sobre el páramo desolado, lenta y triste,
Una silueta apareció;
¿Será mi amante, que con su forma
Vuelve infantiles todos mis miedos?
La silueta se acercó, pausada y melancólica,
No era el paso ágil de mi amante,
De sus mejillas huía la juventud;
Y las sonrisas de bienvenida se diluyeron.
Espectral y horroroso a la vista,
Sus rasgos duros se revelaron;
Siniestra se tornó su altura,
Y sus ropas eran sangrientas.
"¡Calma tus temores, oh, Margaret!
Todo el dolor es ahora algo vano:
Pues ya nunca retornará Eduardo
De su pacífico y eterno descanso."
"En lo profundo debajo del montículo
Yace su cabeza; y sólo emergerá
Cuando atrone la llamada terrible
Que convocará a todos los muertos."
Margaret ya no sintió bramar la salvaje tormenta,
Ella inclinó su adorable cabeza;
Y sobre la ráfaga gélida enviada por su amante,
Su espíritu apacible lo siguió.
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